San Felipe de Suresnes: guía espiritual de la moderación eterna
Ahí está, una vez más, en su púlpito invisible, iluminando con su verbo mesurado el sendero de los mortales confundidos. Felipe González, el oráculo de la Transición, el apóstol de la moderación, nos regala su sabiduría con frases talladas en mármol político: “Ni el PP ni el PSOE deberían impedir que el otro gobierne”, “Para las reformas que España necesita hay que contar con el PP”. Y así, con la naturalidad del que dicta verdades universales, nos recuerda que el cambio es peligroso, que las aguas tranquilas son las que mejor reflejan la luz... aunque a veces huelan un poco.
Es él, San Felipe de Suresnes, patrón de la moderación. El mismo que nos enseñó a aplaudir con devoción conceptos como Constitución, estabilidad y ese mantra irresistible: "que nada cambie, salvo para que todo siga igual". ¿Para qué correr riesgos innecesarios si el pacto eterno con el PP garantiza un colchón mullido en el que descansar la democracia?
Lo vemos, con su aureola de sabiduría retrospectiva, hablando con esa calma de quien ya lo ha visto todo, incluso a sí mismo abrazando tesis que antes habría calificado de herejía. Pero, ojo, no es cualquier Felipe: es el ínclito, el maravilloso, el del verbo vertiginoso. A Krahe, maestro de la ironía, le debemos la inspiración para recordarlo: este hombre, entre metáforas grandilocuentes y realismo político, siempre ha sabido mantenerse en el epicentro de la ecuanimidad, que no siempre de la actualidad.
Y es que, como buen santo, no se jubila. Su misión trasciende los tiempos: aparecer cuando menos lo esperamos para recordarnos que el statu quo es un arte en sí mismo. Así que, gracias, Felipe, por estar ahí. Por guiarnos con tu brújula de acero inoxidable hacia un futuro donde lo progresista es pactar con el PP y donde la reforma no es más que un sinónimo estiloso de "todo sigue igual".
San Felipe de Suresnes: el santo que no pedimos, pero que al parecer merecemos.
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