Mobbing
Vivo en un edificio llamado Reino de España. Me mudé aquí por una hipoteca transitiva, firmada hace casi cuatro décadas, sin fecha de amortización, con intereses variables y sin índice de referencia. Cuando llegamos, veníamos del frío (social) y la indigencia (democrática), así que no había mucho donde elegir. De hecho, yo no elegí nada; era demasiado pequeño para votar, esa cosa extraña que nadie practicaba desde hacía décadas. Tal vez por eso, el resultado final, años después, está siendo tan decepcionante.
Nos acomodamos como pudimos. Cada vecino se encerró en su pequeño mundo, olvidando esas cuestiones comunitarias que son esenciales para que cualquier engranaje funcione. Esperábamos que las cosas se resolvieran solas o que alguien se ofreciera a gestionarlo todo. Y vaya si apareció: una empresa externa, la misma que había construido el bloque con el capital acumulado durante nuestras décadas de penurias. Por comodidad —o porque no había más opciones— aceptamos. Cedimos nuestra responsabilidad como propietarios sin pensar demasiado en las consecuencias.
Al principio, todo parecía ir sobre ruedas. Con nuestra vivienda asegurada y sin preocupaciones, hasta nos dimos algún capricho que, con algo de suerte, podíamos sumar al capital pendiente. Los gestores de la comunidad eran los más felices: acumulaban beneficios con mínima inversión. En pleno optimismo, llegaron las reformas: un ascensor moderno, una fachada de diseño y pintura en tonos vivos que ocultaban las grietas y humedades que iban devorando la estructura.
De repente, sin previo aviso, el edificio amenazaba con venirse abajo. Las reformas y derramas no eran suficientes para arreglar los problemas estructurales. Para colmo, la empresa administradora fue absorbida por otra más grande y nadie sabía dónde estaba el dinero de la comunidad. Perdimos nuestras viviendas, pasamos de propietarios a inquilinos y, lo peor de todo, dejamos de reconocernos como vecinos. En lugar de reunirnos y afrontar los problemas juntos, seguimos delegando en terceros y nos entregamos a los rumores. Llegamos incluso a creer que era culpa nuestra por “vivir por encima de nuestras posibilidades”.
Yo vivo en el ático, y la situación es insostenible. La calefacción no funciona, hay goteras por todas partes y el sistema eléctrico podría incendiarse en cualquier momento. El ruido, dentro y fuera, es insoportable. Por si fuera poco, el vecino de abajo me exige una indemnización por filtraciones causadas por unos bajantes comunitarios que llevan años sin mantenimiento. La única respuesta de los administradores es que siga pagando mis cuotas y derramas puntualmente.
La comunidad no se reúne desde hace años. Mientras tanto, los rumores crecen y nadie ve la viga en su propio ojo. ¿Y el presidente? Como si no existiera.
Me estoy planteando hacer una consulta familiar y mudarme al pueblo de mis abuelos. Reconstruirlo desde cero, con bases sólidas y equitativas, sin delegar responsabilidades. Creo que eso se llama ciudadanía, o algo parecido. Es la única salida que veo. Sin embargo, los administradores y el presidente insisten en que las normas de la comunidad prohíben cualquier intento de decidir por nuestra cuenta.
No sé cómo definirlo, pero tengo claro que aquí hace falta algo más que una reforma superficial. Quizás la metáfora lo explique mejor que yo.
No puedo, estimado amigo Pablo, por más que felcitarte por este artículo con el que describes sin opción a error, que yo al menos observe, la situación que se ha llegado a tornar esa hipoteca que refieres con tanta sabiduría y metáfora.
ResponEliminaMe ha encantado leerla a la vez que entristecido por la gran verdad que encierra, y digo entristecido porque creo que es una sensación generalizada en tanta y tanta gente de este país, salvo los que son los únicos que se benefician de la hecatombe que han provocado, que a esos no creo que les hiera lo más mínimo la sensibilidad o supuesta sensibilidad que deberían de tener.
Te agradezco enormemente que me hayas hecho partícipe de esta pequeña pero terrible historia en la que nos han sumergido los viles testaferros de la dictadura y del capitalismo.
Un saludo cordial.