dissabte, 27 d’abril del 2024

Distopía (una historia de Soledad y Tristán)



Años sesenta del siglo XXI, en un lúgubre apartamento de apenas treinta metros cuadrados: el cuerpo sin vida de Soledad fue encontrado y, en el interior de una vieja carpeta junto a sus recuerdos, un escrito y unas notas bastante esquemáticas. Su salud deteriorada y su agotamiento visible evidenciaban demasiados años de trabajo en condiciones laborales precarias, una extenuación duplicada por una maternidad difícil y una suma, tozuda y constante, de discriminaciones sociales por el hecho de ser mujer. Sus últimas palabras, según los vecinos, resonaron con desesperanza y resignación. Casi al mismo tiempo, la historia se repite en otro sombrío rincón de la ciudad: junto con el cadáver de Tristán, el mismo escrito con las mismas notas es hallado en el interior de una caja, perfectamente doblado dentro de un sobre, perdido entre recortes de prensa y fotografías de aquella época en que vida era todavía completamente analógica. Su cuerpo presentaba signos de abundantes patologías crónicas y lastres físicos, fruto de la conjunción de una asistencia sanitaria parca y limitada con una vida laboral dilatada hasta más allá de los setenta años, con largas jornadas de trabajo en un sinfín de ocupaciones y poco, muy poco tiempo para el ocio. Los ojos del difunto y un extraño gesto facial sugerían una mezcla de alivio y tristeza. Sus últimas palabras, según explican sus compañeros de piso, fueron un frustrado y amargo "no era eso, joder..." El escrito, ya amarillento, fechado medio siglo antes, tal vez explica algo de esa última expresión en su rostro…

Soledad y Tristán se habían conocido bastantes décadas antes. Habían tenido muchas vidas. Primero en las calles del barrio, después en el instituto y la universidad y, más tarde, en el entorno laboral. Su mundo tenía sentido desde la voluntad de pervivir y sobrevivir, de ser ellos mismos y, como en el poema de Mario Benedetti que cantaba Serrat en aquellos años, también de defender la alegría como una trinchera, defenderla del escándalo y la rutina, de la miseria y los miserables. Entre las luchas cotidianas y las canciones de Serrat, Ismael Serrano, Sabina y Manu Chao construyeron su historia de amor y compartieron esperanzas, alegría, melancolía, dolor… El mundo cambió y con él, ellos también, hasta el punto que no lo reconocían, ni se reconocían. Se acabó la fiesta, caminos separados y les quedaban muchas más guerras. Unas existencias, las de  Soledad y Tristán, donde siempre era posible estar peor y no ver el fondo del pozo. Había que vender la fuerza de trabajo, el cuerpo y el alma para sobrevivir y pervivir sin poner límites entre el tiempo laboral y el personal, sin preguntas, sin participar de las decisiones; cumplir objetivos sin entenderlos... Desorientación absoluta, precariedad, deshumanización, insatisfacción y angustia vital. Estaban jodidos, terriblemente jodidos, aunque ya habían sido advertidos en una de las letras de Joaquín Sabina, un visionario: Ellos que juraban comerse la vida. Fue la vida y se los merendó. A veces los mensajes no llegan, no se entienden, llegan tarde o reaparecen cundo menos te lo esperas…

La vida tiene estas cosas y, después de morir, se volvieron a encontrar… Las dos notas, compartidas décadas atrás por Soledad y Tristán, eran exactamente iguales: cortas, sintéticas, contundentes y muy claras. Ideas bregadas de luchas y resistencias compartidas frente a un mundo extraño, cosificado y hostil. Ideas manchadas y machacadas por el tiempo, pero legibles y llenas de sentido, aunque ya nadie las entendiera. Perfectamente redactadas, revelaban un mensaje que resonaba como una verdad dolorosa. Hablaban de la importancia de algo llamado la “salud laboral” y la necesidad de afiliarse al “sindicato”, hablaban de la solidaridad en tiempos de adversidad, de la acción colectiva como recurso para lograr cosas como la dignidad y la felicidad. Nadie entendía absolutamente nada, era una especie de cantinela exótica, un galimatías incomprensible para una sociedad donde los códigos eran la homogeneidad, la satisfacción inmediata, y el culto a la dopamina y al consumo, sin espacio ni tiempo para la reflexión y, menos todavía, sentido colectivo. Soledad y Tristán no vieron realizadas sus esperanzas, no cumplieron sus sueños y su mensaje perdura como un naufragio.





Distopía (una historia de Soledad y Tristán)

Años sesenta del siglo XXI, en un lúgubre apartamento de apenas treinta metros cuadrados: el cuerpo sin vida de Soledad fue encontrado y, en...